Mahatma Ghandi, el gran voluntario de la paz decía que una sociedad es juzgada por cómo trata a sus animales. Desde ese punto de vista, nuestra sociedad podría considerarse sanguinaria y estúpida.
No hace mucho, en uno de los parques cercanos a mi casa, aparecieron decenas de gatos y perros asesinados vilmente para que no defecaran sobre el grass.Por esas mismas fechas, la Asociación Amigo Fiel envió un correo en el que se adjuntaban fotografías de varias perritas asesinadas, también, envenenadas. La única diferencia entre ambos casos fue que mientras los primeros eran animalitos sin casa, los segundos tenían un hogar transitorio, a la espera de la adopción definitiva.
En la red se mostraban alucinantes videos en los que animales de fino pelambre eran despellejados vivos y luego dejados tirados por ahí para que esperaran la lentitud arrogante del dolor y la muerte mientras que en alguna tienda fashion, damas de alcurnia pagaban sumas de fábula por esas pieles fascinantes. También se promocionaba el boom de la comida “viva” en la que cocineros orientales presentaban platillos hechos con animales cocinados sólo en parte. Es indescriptible la sensación que produce ver un pescado sumergiéndose en caliente aceite y después adornado con salsas y verduras mientras sus ojos mostraban la desesperación de un sacrificio sin razón y un sufrimiento sin límites. Lo raro del asunto era que los espectadores aplaudían enloquecidos al ver que después de frito en su mitad inferior, el pez boqueaba desesperado.
Felizmente, la literatura presenta una larga lista de ejemplos en los que ésta ha servido para ubicar a los animales en su real dimensión, a veces más humana que nosotros mismos.
Además de Esopo, Iriarte y Samaniego, los fabulistas han ido mostrándonos que sin los animales, los seres humanos seríamos más bestias y menos hombres. Platero, el asno de Moguer, nos mostró que a veces la realidad puede transmutarse y podemos vernos a los ojos de otro tal como ellos se verían en los nuestros. tú no puedes ver desde la azotea como yo, no ves el atardecer como yo, a las personas en la laguna jugando, ni a la vecina lavando la ropa o a la niña de al frente arreglándose, no puedes ver nada desde aquí, pero para eso estoy yo aquí para contártelo, le dice el poeta niño al entrañable Platero. Antes, mucho antes, el fiel Argos es el único que reconoce a Odiseo a pesar de su identidad cambiada a causa de muchos años de ausencia. Del mismo modo, Babieca, Rocinante y hasta el inefable Cerbero, siempre fueron los compañeros de toda la vida (y toda la muerte) de los personajes más recordados de nuestra humanidad.
Un poco más cerca, jamás podremos separar del corazón la historia compartida con Wanka, Zambo y Pellejo en un mundo hambriento de justicia y equidad. Asimismo, asistimos acongojados a compartir la desventura de El Caballero Carmelo y, pasmados, nos escarapelamos con las desgraciadas ovejas de las páginas de Rodoble por Rancas. Desde otro ángulo vemos las manchas negras, como gafas, alrededor de los ojos de Wayra, el perro que acompaña a Rosa Cuchillo en el más allá mientras ésta se dirige hacia el Hanaq Pacha, el paraíso, según la mitología andina.
En el ámbito local, siempre resulta delicioso seguir las aventuras de Sultán, el personaje creado por Carlos Sánchez Vega para mostrarnos, entre otros, el tema de la migración del campo a la ciudad. No podemos olvidar, tampoco, al compadre Patruco, el genial equino que nos acerca a la raíces de la amistad, en su estado más puro.
Hoy, para regocijo nuestro, un nuevo espécimen se suma a los pocos mencionados en las líneas precedentes: Dukry, el perro-vaca de Historias de Mascotas, ópera prima de la profesora Ruby Ángeles León, quien a través de casi un centenar de páginas nos transporta por los entretelones de una historia común pero fascinante: el encuentro feliz de un anheloso y tierno niño y un abandonado y cariñoso perro que unirán sus vidas para llenar de alegría a toda la familia y que, a la vez, fortalecerá la autoestima y la buena conducta de Ignacio, un niño de ocho años que empieza a descubrir el mundo desde una óptica muy optimista. Precisamente, Dukry es el regalo tan esperado por Ignacio para la fiesta de navidad, la misma que, en esta época de consumismo ha perdido la esencia misma de su origen: el amor.
Además de una extraordinaria dosis de ternura, Ruby Ángeles nos hace partícipes de una visión de la realidad que, pareciera, es cada vez menos recurrente en estos tiempos: la unidad familiar y la convivencia saludable entre personas y animales, la misma que puede –y debe- convertirnos en personas menos agresivas y solitarias y, por tanto, con una idea más saludable del medio que nos rodea y cuyo cuidado, más allá de un acto altruista, es el punto de partida de una existencia saludable y feliz.
Aunque la autora dice que su intención era la sola recordación de las aventuras de su hijo, lo cierto es que, más allá de los yerros casi imperceptibles de forma, Historias de Mascotas se presenta como una alternativa muy saludable que ayudará a nutrir la escasa producción literaria dirigida a los niños de nuestra región.
Así pues, además de Dukry, en las páginas de libro habita Tortol, una charapa arrancada de su hábitat para ser comercializada ilegalmente en la ciudad. En su cautiverio, Tortol conoce a Filo, un simpático cangrejo con quien establece una simpática simbiosis que será brevemente interrumpida cuando sean comprados, sucesivamente, por la familia de Ignacio. Finalmente, Tortol, renombrada ATNEL, y Filo son amorosamente devueltos a su hábitat en el que encuentran el renacimiento de la libertad.
Acudamos pues a esta hermosa aventura.
La cita será este martes 24 de noviembre a las 7.30pm en la Casa de la Emancipación. Ángel Gavidia Ruiz será el encargado de presentar Historias de Mascotas.
FIC, LA CALIDAD LITERARIA QUE UN VIENTO ZORRO SE LLEVÓ
Cuando Jorge Tume escribió Cuentista del desierto, lo hizo con la esperanza de convertirse en un gran escritor. Pero cuando escribió Fic y la rebelión de los niños, no sé si era consciente que la literatura requiere más que meter palabras en una bolsa de papel.
Su primer libro se vendió como pan caliente, especialmente en los colegios donde él trabaja. Pero cuando anunció, muy orondo, que su libro iba a ser lectura obligatoria en el tercer grado de primaria, francamente, me dio un escalofrío. Porque una cosa es que los profesores que exigen la lectura de ciertos libros estén en el limbo y otra muy diferente que un escritor sea cómplice de una aberración.
Entonces, Jorge prometió escribir un libro para niños.
Tres días después se jactaba, ya, de haber escrito un extraordinario libro en un tiempo muy corto. Y al mes siguiente ya estaba publicado y presentado. Y justo hoy lo tengo frente a mí y me sigue dando el mismo escalofrío.
En la página 9 del libro en mención se lee: Su casa, era una cueva amplia y ordenada: tenía una puerta muy bien disimulada entre las plantas de zapote. La pequeña residencia tenía forma de bota (…) La primera rareza del libro es esa coma que antecede a la forma verbal era. Es la “coma criminal”, según don Jorge Chávez Peralta. Criminal porque mata la entonación y la destruye completamente. La segunda rareza, por supuesto es el poder de transformación de la casa que es amplia y pequeña, al mismo tiempo y en un mismo párrafo.
En la misma página, tercer párrafo, dice: La familia de Fic permanecía en casa solo durante la siesta, por las noches y cuando se presentaba algún peligro. La mayor parte del día, por lo tanto, permanecían fuera (…) La familia permanecía ¿solo o sola? O ¿permanecía sólo –solamente- durante la siesta…? Y, la familia ¿permanecían fuera la mayor parte del día? ¿No es “familia” un sujeto en número singular?
El párrafo que sigue arranca así: Rodeaba la casa de Fic, un campo hermoso. Ellos vivían cerca a unas colinas de arena blanca (…) ¡Qué forma tan romántica de destrozar la gramática! Y ¿no hubiera sido mejor decir duna o médano en vez de colina? Sobre todo porque en la contraportada se lee: Fic ─un zorrito muy inquieto─ vivía alegremente entre pájaros, árboles y arena blanca, mientras que en la página 16 podemos leer: Fic se acomodó en la tierra fresca y la ardilla Fany empezó su narración (…) ¿arena o tierra? En el contexto, estas dos palabritas aluden a dos cosas muy diferentes: el desierto y el bosque. Además, el zapote es un árbol que crece no precisamente en los desiertos.
El segundo párrafo de la página 10 dice: Como toda nuestra vida está llena de sueños, Fic tenía uno (…) Una relación sintáctica interesante para cualquier generativista de épocas modernas, sin duda.
Cuando Fic hubo partido, Un canario trinó anunciándole la partida (Pág. 14). Este canario anuncia algo que ya pasó.
Y, para avanzar, en la página 23 podemos leer: Fic había corrido mucho y llegó hasta él, sin saber cómo cruzarlo, era verano: estaba repleto; arrastraba palos y rugía como un animal herido. Y, más abajo: Tuvo tan mala que no cayó sobre las ramas sino en las turbulentas aguas del río. Debemos suponer que la mala era la suerte o, tal vez, el Alzheimer.
Y el libro sigue así, con gruesos errores ortográficos, de concordancia y de estructura gramatical.
Además, hay algunos otros elementos que no concuerdan o que no están dentro de los parámetros de la literatura infantil.
Uno de ellos es el machismo. Cuando Fic decide hacer cosas por sí mismo, mientras la madre se opone, el padre, en su función de macho, desdeña la autoridad materna y apoya al hijo, macho también: ¡Ya, ya!, Tutu, no aturdas al pequeño con tus enrevesados pensamientos ¡ve hijo, ve! (Pág. 13).
Otra de las situaciones contradictorias la constituye la acción de la desobediencia a los padres. Ésta se celebra o se reprende, según el devenir de la historia y no de acuerdo a una meta concreta. Así, Fic se evade del hogar y sólo se acuerda de la desobediencia cuando está en peligro. Al final, sin embargo, la suerte siempre termina por favorecerlo y siempre termina por salir triunfante ante el peligro.
Ese es el hilo argumentativo, por ejemplo, de El bagrecico, de Izquierdo Ríos, aunque las diferencias de calidad y estilo anulan cualquier posible acercamiento entre ambas narraciones. De todos modos, a largo de muchas páginas, Tume hace desesperados esfuerzos por acercarse a este clásico de la literatura peruana.
Y hasta los niños-personajes, al entonar aquella vieja canción infantil, dicen Vaca Sagrada, en vez de salada, que es la versión oficial. ¿Será esa una manifestación de megalomanía inconclusa? ¿O un inconsciente afán de apropiación o expropiación?
En resumen, ahora no me cabe ninguna duda que el escritor Tume hizo su libro en menos de tres días. No estará en el libro de récords seguramente, pero entrará por la puerta grande en el mundo de las lecturas infantiles, sobretodo porque ya se está vendiendo como “un gran libro para niños”.
Y luego nos incomoda el hecho de que tengamos los casi peores alumnos lectores en el mundo. En el mundo en que todo se compra, todo se vende. Libre mercado, que le llaman.
Alguna vez, en lo mejor del chifa de cinco soles de la calle Junín, Gerson Ramírez interrumpió la charla que llevaba a ninguna parte para sacar su cuaderno de notas y ordenar, sin displicencias: ¡escuchen este cuento!
Y todos, sin remedio, sabíamos ya que iba a liberar a uno de sus personajes desgarbados. Por eso se detuvieron los maxilares y escuchamos, sin chistar, alguna de las historias que no llegaron a tiempo para incorporarse a las páginas de Los intrusos.
Pero Gerson posee un sobrenatural don para atraer historias. Así que aquellas que se quedaron sin lugar en su primer libro aparecen ahora con el singular Cenaremos en Madrid y otros cuentos, libro bellísimo y exuberante, a la vez que sencillo y desenfadado, colmado, una vez más, de la magia que crea la palabra cuando es capaz de incorporarnos, de incógnita, a la lista misma de actores sin que, casi, nos demos cuenta.
Y es que esta nueva entrega nos envuelve a todos en la atmósfera de un universo narrativo pocas veces visto en la literatura peruana. Las criaturas del libro no son otras que los habitantes de un mundo que se acerca, cada vez más, a lo sombrío, no sin antes brindar una perspectiva, entre gris y oscura, de un devenir entrópico, en el que, otra vez, la imaginación burla fácilmente a la realidad para sentarnos en el diván de nuestra propia desesperanza. Aunque pareciera ser que, todavía, no todo está perdido porque nada se ha ganado, incluso después del delirio.
El cuento que da el nombre al conjunto, por ejemplo, narra la historia de un ex policía que tiene todo listo para viajar a Madrid, donde lo espera, además de la dulce lejanía de un país sin futuro y con negros recuerdos, su esposa y su hijo. Horas antes de su partida definitiva, añora la vuelta a la casa paterna en la ciudad de Piura, al mismo tiempo que prevé una cena familiar y deliciosa con la familia de la que ha estado separado muchos años. Sin embargo, a última hora, decide quedarse porque ha encontrado ya otra mujer que mitiga sus penas y, a través del pasaporte falso de esperanzas que arroja al mar desde el muelle de Huanchaco, muestra la esencia misma de una de las claves de la sociedad moderna: la diáspora familiar que puede deberse tanto a las inmensas necesidades económicas como a las nefastas consecuencias de la reciente guerra interna que puso en jaque nuestro débil sistema institucional.
Todo esto, a través de una prosa limpia y segura, con la palabra justa y la extensión muy bien medida, lo que invita a una deliciosa lectura y a más de un segundo paseo sobre las páginas que parecieran una especie de juegos de espejos dispuestos para que seamos nosotros mismos los que podamos vernos reflejados, cómica o siniestramente, en medio de una realidad harto obtusa; ya sea persiguiendo a la primera chica de nuestra vida que finalmente sería de otro, recorriendo con terror los primeros días de una profesión escogida por accidente, rememorando la esencia de los encuentros con vicisitudes como la procreación o recorriendo las vidrierías de un sistema que obliga a vestir de pasmo y penumbra.
En suma, creo sinceramente que no está lejana la descollante aparición de un escritor que trace la nueva literatura urbana de este país tan personaje de su propia literatura. No sólo porque Gerson Ramírez es un escritor a carta cabal (sus lectores damos fe de eso), sino porque su estilo y la temática de su obra abarca de manera decidida y cabal la disección de la neomodernidad a la que asistimos para recordarnos que nuestra humanidad aún nos pertenece y que los libros siguen siendo el camino más seguro que debe llevarnos a justificar el devenir nuestro de cada día: el ser hombre; el ser la vida misma.
Por ello, este 19 de noviembre a las 7.30pm, la Alianza Francesa de Trujillo abre sus puertas para que el Poeta Mundial (radicado en Trujillo) Bethoven Medina y el Ilustre Maestro y profesor universitario Juan Villacorta Vásquez, acompañen a nuestro amigo Gerson Ramírez en la presentación oficial de Cenaremos en Madrid y otros cuentos, libro que, sin exagerar un ápice, es la segunda producción de un escritor que está construyendo una de las nuevas voces de la literatura de esta parte del mundo.
Eduardo González Viaña (Extraído de El Correo de Salem)
La más importante novela indigenista de América – “El mundo es ancho y ajeno” (1941) fue escrita por un peruano, Ciro Alegría, quien unos años antes había sobrevivido a una matanza, había esquivado un pelotón de fusilamiento, había pasado varios años en la cárcel, había sido desterrado después y la mayor parte de su vida no pudo regresar a su patria debido a que una sucesión de dictaduras se lo impidió siempre.
La Nochebuena de 1931, Ciro Alegría, entonces un muchacho de 22 años, fue al local del Partido Aprista en su ciudad de origen, Trujillo, para colaborar en el reparto de alimentos para los niños pobres. Lo acompañaba su amigo, el pintor Mariano Alcántara que más o menos tenía su misma edad.
El APRA era un movimiento político y social que había insurgido hacía pocos años para realizar grandes cambios estructurales y proponer la unión de los países hispanoamericanos contra el imperialismo de los Estados Unidos. En lo agrario, Víctor Raúl Haya de la Torre, su líder, proponía la expropiación del latifundio, un vestigio feudal en el cual el hacendado era señor de las vidas y destinos de sus indios.
Unas horas después de la repartición de aguinaldos, Ciro y Mariano bebían con otros compañeros el tradicional chocolate caliente de esa noche. Al joven escritor le llamaron la atención los ojos de una bella compañerita y la invitó a salir a pasear por la colindante Plaza de Armas de Trujillo, la más grande del Perú. Eso le salvaría la vida.
Cuando faltaban unos minutos para la medianoche, un camión con soldados estacionó frente al local del partido. Los recién llegados portaban ametralladoras. Algunos se apostaron frente a la puerta. Un grupo de ellos penetró en el local haciendo disparos a diestra y siniestra. Hubo decenas de muertos. La mayoría de aquellos eran, por cierto, niños y amas de casa.
Por su parte, Mariano Alcántara, cansado de esperar a su amigo, se había echado a dormir bajo el escritorio de la oficina administrativa. Cuando entraron los soldados disparando, creyeron que una de sus ráfagas lo había liquidado. Fue él quien muchos años después, en nuestro Trujillo me contaría la historia.
En julio del año siguiente estallaría en esa misma ciudad una revolución que estaba destinada a ser el punto de partida de una formidable insurgencia social en el Perú. Es normal que el joven universitario Ciro Alegría participara en ella. Los rebeldes tomaron el cuartel de la ciudad y por una semana instalaron un gobierno popular. Sin embargo, las fuerzas armadas sitiaron Trujillo por aire, mar y tierra y, después de muchos desiguales combates, aplastaron la rebelión. Miles de trujillanos fueron fusilados sumariamente frente a los paredones de la antigua ciudad pre-hispánica de Chan Chan.
Ciro pudo ser uno de ellos, pero la muerte aún no lo tenía en sus listas. Luego de andar perseguido a saldo de mata, fue finalmente apresado. Un tribunales marcial decidieron su ejecución. En la cárcel, esperó durante meses que se cumpliera la fatídica sentencia.
Cuando lo conocí, varias décadas más tarde, Alegría me contó que allí, entre sueños y en medio de las cuatro paredes carcelarias, había visto a Rosendo Maqui y a los diversos personajes de su épica novela “El mundo es ancho y ajeno”. “Me moría de ganas de salir de allí para escribirla”.-me dijo.
En la obra, publicada nueve años más tarde, los indios de una comunidad andina tienen que afrontar la invasión de sus tierras por el latifundista a quien protegen las fuerzas armadas y las leyes de la república. Sólo la naturaleza que les confiere misticismo y una tremenda resistencia ancestral harán que la comunidad india persevere en su lucha. Ganadora de un premio internacional y publicada en 1941, esa novela significaría también el primer ingreso de la figura del indio en la literatura peruana. Antes de que ella se publicara, los indios no habían sido considerados dignos de entrar en las páginas todavía coloniales de los autores peruanos.
A Ciro le fue conmutada la pena de muerte por una prisión que padeció algunos años para luego exiliarse en Chile. En ese país serían editadas “La serpiente de oro” (1935) y “Los perros hambrientos” (1939). “El mundo es ancho y ajeno”, publicada en casi todas las lenguas, se convertiría después en una novela mundial.
Ni siquiera la fama conquistada por esos hechos pudo servirle para volver a su país. Sucesivas dictaduras se lo impidieron o hicieron del Perú un lugar muy peligroso para el novelista quien por fin se fue a los Estados Unidos y se dedicó allí a la cátedra universitaria.
Tras un largo exilio y después de varias décadas, regresó. Un ataque fulminante al corazón acabó con su vida en 1967. No lo habían hecho desaparecer la ametralladora de los irracionales, tampoco los azarosos años de la persecución y el martirio, ni la posibilidad de ser fusilado. Tampoco lo conseguiría la muerte porque en estos días sus lectores estamos celebrando el primer centenario de su nacimiento y la eternidad de los personajes que él reveló ni la novela que pensó mientras esperaba ser fusilado.
La Medalla de Honor del Congreso del Perú en el grado de Gran Cruz va a ser conferida al escritor Eduardo González Viaña en ceremonia que se realizará en esa sede legislativa el jueves 26 de noviembre a las 6.30 de la tarde. Es la mayor condecoración de ese poder del estado. El autor, quien viene de Estados Unidos para ello, ofrecerá una conferencia en el mismo lugar.
María del Pilar Tello, presidente del directorio de “El Peruano” y Fidel Ramírez Prado, Rector de la Universidad Alas Peruanas serán encargados presentarlo. Luis Alva Castro, presidente del Congreso del Perú, le entregará la condecoración.
Autor de unos treinta títulos, catedrático en los Estados Unidos, Premio Internacional de Novela en ese país, Premio Nacional de Cultura del Perú, Premio Internacional Juan Rulfo de narrativa, Miembro Correspondiente de la Academia de la Lengua, entre otros de sus galardones, González Viaña ha expresado en sus obras la esforzada y milagrosa epopeya de la inmigración hispanoamericana en los Estados Unidos.
Eduardo González Viaña entregó hace poco la primera novela biográfica acerca del poeta César Vallejo, su paisano y, como él, estudiante de la Universidad Nacional de Trujillo. Con el hasta ahora casi desconocido expediente judicial a la mano y una serie de cartas inéditas, el autor recreó la espantosa experiencia carcelaria del mayor poeta peruano así como el encanto sin límites de una vida fascinante.
Su novela El corrido de Dante es considerada como un clásico de la inmigración en Estados Unidos. En menos de dos años, ese libro (Arte Público, USA, 2006) ha tenido cinco ediciones en países e idiomas diferentes. En castellano e inglés, en Texas, Estados Unidos. En italiano, en Siena. En marzo del 2008, apareció la edición española, en Alfaqueque y en agosto, la latinoamericana, en Planeta.
Por ese libro, en julio del 2007, González Viaña obtuvo el Premio Latino Internacional de Novela de los Estados Unidos en un evento muy comentado por la crítica norteamericana en el que el segundo premio fue compartido por las reconocidas novelistas Gioconda Belli e Isabel Allende.
El autor publica cada semana “El Correo de Salem”, una columna periodística que aparece simultáneamente en decenas de diarios de América y en “La Nueva España”. Además de una vibrante defensa de los inmigrantes, esa columna intenta ser una radiografía de la vida norteamericana.
Orador fascinante, se descuenta que su presentación llenará el tradicional hemiciclo del Senado. Este mismo año, Gonzalez Viaña congregó multitudes en la Biblioteca Nacional, y el local de la Asamblea Nacional de Rectores, entre otros. La entrada es libre previa presentación del DNI.
Hoy comienza el segundo siglo de ese gigante de la literatura del Perú y de América Latina que fue Ciro Alegría.
Ciro nació el 4 de noviembre de 1909 en la hacienda Quilca de su familia, en Huamachuco, provincia de Sánchez Carrión, La Libertad. A los siete años fue a vivir en la hacienda Marcabal Grande, que era de su abuelo. A los nueve años de edad recorre los andes a caballo, para estudiar en el Colegio San Juan de Trujillo, donde fue alumno de un personaje inolvidable: César Vallejo.
En el colegio secundario funda más tarde un periódico e inaugura una trayectoria periodística. Memorable es el reportaje en el cual el adolescente Ciro se disfraza de médico para entrevistar a un preso político apaleado e incomunicado.
Fue uno de los jóvenes intelectuales que se incorporaron al Apra en la etapa naciente. En La Tribuna escribía una columna en la que sostenía claras posiciones antioligárquicas y antiimperialistas, incluso atisbos de una política de frente único respecto a los comunistas.
Fue aguerrida su militancia aprista. Participó en alzamientos. En los días de la insurrección de Trujillo estuvo a punto de ser fusilado. Sufrió prisiones, torturas y, finalmente, destierro: por participar en una conspiración.
En Chile, en el exilio, creó sus principales textos narrativos, en particular El mundo es ancho y ajeno. Pertenezco a la generación que leyó esa novela cuando era un libro prohibido. Nunca antes o después ha ocurrido eso con una obra literaria. En la sección nocturna del Colegio Nacional Alfonso Ugarte circulaba la edición interdicta, sucia de manos diversas.
Creo que esa obra presenta la epopeya de comuneros y mineros en una fase, no de defensiva, sino de contraataque; no de padecimiento pasivo, sino de osado coraje.
Yo tenía 15 años cuando leí por primera vez la gran novela. Recuerdo que me estremeció la escena del capítulo XIII en la que el gringo socialista Jack y su ayudante encabezan el entierro de ocho mineros asesinados por la represión. Ambos entonan un canto que sólo ellos conocen. “Era un canto bronco y poderoso que azotaba el desfile como un viento cargado de mundos”.
Era, sin duda, La Internacional.
Como Stendhal, quien pronosticó: “Ganaré mi juicio en apelación”, Ciro arriba en buena salud a su nuevo siglo. Hoy le rinden homenaje hasta quienes ayer lo negaban o calumniaban. En la izquierda radicaloide han circulado revistillas que se apropian de las injurias del Apra y la derecha cavernícola contra Ciro. Hasta insinúan que apoyó la represión contra el Apra, tras el fracaso de la insurrección del 3 de octubre de 1948.
Treinta años tuvo que esperar el escritor y editor Alejandro Benavides Roldán para ver publicado el poemario con el que ganó los Juegos Florales de la UNT en el año 1976. "Ida y retorno al mar" se llama el libro que hace tres décadas encandiló no sólo al jurado, sino también a los lectores, pues muchos de aquellos poemas fueron publicados aisladamente en revistas literarias, cimentando una merecida fama por su calidad lírica.
Hoy el libro ya es una realidad, pues ha sido editado en una pulcra edición realizada justamente por Papel de Viento Editores.
"Desde mi punto de vista la poesía no puede ser sino producto de la experiencia directa de la vida. Aquí no valen las experiencias de terceros sino como simple información y apoyo", afirma Alejandro Benavides, quien nació en Santiago de Chuco en 1955.
Sobre el libro, comenta que "Ida y retorno al mar" reune sus poemas escritos entre 1973 y 1975. De manera anecdótica cuenta que él no sabía que el libro había sido presentado a los Juegos Florales por su profesor y amigo Eduardo Achútegui, en circunstancias en que Benavides había viajado a Lima para realizar sus prácticas pre profesionales. "Cuando dieron los resultados yo fui el mayor sorprendido, porque no sabía nada. Agradezco este valioso gesto de amistad de Eduardo que asumió, en silencio, todo lo que implica hacer llegar un trabajo al jurado y, si no pasaba nada, posiblemente nunca me hubiera enterado", expresa Benavides.
Confiesa además que el libro tuvo siempre "innumerables promesas de publicación, desde la Universidad -que nunca cumplió- y algunos amigos editores a los cuales las circunstancias y la economía no hicieron posible", dice. Anota que se vio obligado a publicar el poemario "a insistencia de mi amigo el poeta Bethoven Medina". "Creo, sin temor a equivocarme, que es gracias a su insistencia, que ahora ve la luz". Benavides un multifacético hombre de cultura. Antropólogo Social egresado de la UNT en 1982, es además artífice de "Papel de Viento Editores". Ha tenido una labor como actor y director teatral. Dirigió Kjenko-Taller de Teatro Art de la UNT entre 1978 y 1991. El año 2003 ganó el I Concurso de Cuentos en el marco de la I Feria del Libro de Trujillo, organizada por la Asociación Trujillo, Arte y Literatura (ATAL) con el cuento "Vicentito Cabral".
Si me fuera impuesto recluirme en una isla con unos pocos libros –tan pocos que pudieran contarse con los dedos de una mano-, pues me sentiría muy desdichado porque son muchos más los libros de mi querencia y algo de traición tendría el hecho de tener que elegir a sólo cinco.
No he tenido una vida sedentaria ni mucho menos, pero tengo la impresión de que si contara las horas que tomé para leer ese tiempo sumaría bastantes más días de los que dediqué a muchas otras cosas.
Gracias a los libros sé de países que nunca hubiera podido conocer y de atmósferas que no podía ni siquiera imaginar y de infamias que no se me habrían ocurrido y de amores que sólo brillan cuando se los contempla por escrito.
Mucho de mi vida viene de los libros y eso es algo que no me produce ningún remordimiento. Me perdí muchos tumultos y no estuve en las bodas de los importantes, pero leí como un poseso y pasé junto a Raskolnikov y le vi las ojeras recién cavadas.
Renuncié a decenas de asuntos por los que otros se desviven, pero sé de qué color tenía las enaguas Emma Bovary cada vez que salía a amortizarse y ese consuelo pequeñajo me conforma.
Pero si se tratara de nombrar a algunos de los libros que me llevaría a esa isla, no dudo en decir que uno de ellos sería el Ulyses de Joyce y otro, modestamente, El mundo es ancho y ajeno, de Alegría.
Nunca he podido explicar la primera impresión que me causó el libro de Joyce. Si fuera un mentiroso cósmico diría que alguien me raptó y me llevó en un platillo al Ganímedes de la literatura, es decir al Dublín de 1904.
Para ser más precisos: a las horas que van de las 8 de la mañana del jueves 4 de junio de 1904 a las 2 de la madrugada del viernes 5, que eso es lo que dura la jornada al alimón de Bloom y Dédalus.
Secuestro más que lectura, al Ulyses no había que leerlo solamente. Había que internarse en él durante algunos meses –un verano entero por lo menos- y padecerlo, como si de una maestría de lector se tratara.
Hablando del poderío y la influencia del Ulyses, el gran T.S. Eliot escribió: “Quisiera, egoistamente, no haberlo leído”. Y el crítico Edmund Wilson afirmó: “Desde que he leído Ulyses la calidad de los demás novelistas me parece insoportablemente floja y descuidada”.
Ese monstruo genial llamado Nabokov idolatraba a Joyce, tanto como Pound. Y uno que nunca lo quiso, como Orwell, admitió que Joyce, al describir la corriente de la conciencia, había descubierto “una América que todo el mundo tenía delante de sus narices”.
Bueno, yo no sabía nada de esto cuando leí el Ulyses. Era un lector palurdo, presuntamente precoz y lo suficientemente loco como para sacrificarlo todo con tal de leer lo que me cayera. Nunca pude volver a leer con la condescendencia de antes. Y nunca dudé de que la ironía en relación a “las grandezas del hombre” –algo que había aprendido con Joyce- me acompañaría siempre.
Y he mencionado El mundo es ancho y ajeno porque hace unos días el señor Bryce, que escribió hace muchos años una excelente novela titulada Un mundo para Julius, se ha atrevido a menospreciar a Alegría y a ponerlo en un sarcófago.
Pobre Bryce. No sabe que el cholo Alegría está más allá del veneno anecdótico de un escritor menor. Menor no sólo frente a Vargas Llosa. Menor frente al propio Alegría.
Alegría no tuvo el desgarro de Arguedas y es seguro que en La serpiente de oro y aun en Los perros hambrientos su estilo puede discutirse. Pero El mundo es ancho y ajeno fue y será un referente monumental de la literatura peruana y quienes hayan leído a Alegría saben de qué hablo.
Volviendo a lo de la isla, lo he pensado bien. No iría con cinco libros. Naufragaría en la travesía llevando parte de mi biblioteca en la barcaza.
Porque no podría vivir sin abrir, de vez en cuando, aquella Nada de Carmen Laforet, o aquel Galíndez de Manuel Vázquez Montalbán, o algún libro de Wilde, o un poco de Westphalen y siempre Conrad y definitivamente Cortázar y Moro y Vallejo y Góngora y la Woolf.
¡Que se vayan al diablo con eso de los cinco libros! Moriría como traté de vivir: en desacato.