En términos generales, La guerra silenciosa narra la desigual lucha entre los campesinos del centro del Perú contra la minería, simbolizada por la Cerro de Pasco Corporation, las autoridades corruptas, los grandes negociados y un estado que olvidó a sus campesinos para consagrarse íntegramente a defender a los grandes capitales extranjeros y sus inversiones, fundamentalmente en minería.
La primera novela de ciclo, aparecida en 1970, tiene como personaje principal a un campesino empeñado en acabar con los abusos del juez Francisco Montenegro: Héctor Chacón, el nictálope. Chacón, el único capaz de ver en la oscuridad es, pues, el símbolo de aquellos que en medio de la opresión encuentra siempre el modo de luchar por su libertad y su dignidad, en nombre de las cuales es condenado a pasar sus días en el famoso penal selvático del SEPA, decisión inapelable del todopoderoso juez.
Paralelamente, los habitantes de Rancas, a donde la guardia de asalto llegó un día para fundar un nuevo cementerio, luchan en defensa de sus tierras, las mismas que son engullidas por un enorme cerco, engendrado por la Cerro que crece y crece, por las aguas que son apresadas para fabricar una laguna o por la miseria más absoluta.
Garabombo es el hombre que lidera a un grupo de campesinos que no cejan en su empeño de defender lo que es suyo. Creyendo en verdad ser invisible, intenta organizar una revolución total para acabar con los abusos, a pesar que su pueblo considera que su invisibilidad es una penosa enfermedad. Sin embargo cuando ha hecho lo justo para lograrlo, la ley lo ve y las balas no se hacen esperar, extinguiendo con él la esperanza de su pueblo.
Raymundo Herrera es el presidente de la comunidad de Yanahuanca y se pasa la vida cabalgando, sin dormir, empeñado en que todos y cada uno de los comuneros conozcan su derecho a la tierra, leyendo a cada uno de ellos el contenido del título que, según él, ostentan desde el año 1711. En él se suman todas las generaciones que luchan por las tierras usurpadas.
No puede dormir porque debe despertar a las comunidades, es decir, él se convierte en la conciencia histórica viva de la comunidad.
No puede dormir porque debe despertar a las comunidades, es decir, él se convierte en la conciencia histórica viva de la comunidad.
Agapito Robles es el personero de la comunidad y, como tal, tiene la dura y titánica tarea de representar los intereses de los campesinos explotados: debe enfrentar la fuerza y los astutos manejos legales combinados. Se defenderá de las armas y de la justicia viciada con la mágica danza final en la que su poncho de colores se convierte en un remolino que va quemando todo a su paso, encendiendo el mundo con su fuego vindicativo.
El abogado cajamarquino Genaro Ledesma es el personaje del quinto y último libro del ciclo. La tumba del relámpago se inicia con el mito de Inkarrí. Este mito utiliza algunos elementos provenientes de la mitología quechua (el mito de Inkarrí demuestra una actividad creadora de la cultura sojuzgada en la que va implícita una reivindicación social, transparente para quienes lo narran). El dios Inkarrí, tenido por muerto, posee los atributos del inca decapitado; pero es también un dios sufriente que ha de volver; y, además, es asimilable al dios creador, capaz de resurgir creando un nuevo estado de cosas. Así pues, al final del ciclo, los campesinos han sido derrotados temporalmente, pero, a la par de la derrota, ha empezado a surgir también la conciencia histórica, proclamada por Ledesma y que, simbolizada en Inkarrí, definirá el renacimiento de la cultura aplastada por la ambición y el poder del dinero.
Históricamente, ha pasado medio siglo y hoy, la historia se repite, exactamente igual en el fondo, aunque con algunos personajes con nombre distinto.
Este libro es la crónica exasperantemente real de una lucha solitaria: la que en los Andes Centrales libraron, entre 1950 y 1962, los hombres de algunas aldeas sólo visibles en las cartas militares de los destacamentos que las arrasaron. Los protagonistas, los crímenes, la traición y la grandeza, casi tienen aquí sus nombres verdaderos… reza la noticia que aparece el inicio de la primera novela.
Décadas después, la narrativa scorziana se ha puesto en vigencia a raíz de los sucesos que ocurren en distintas partes del país y que tienen en La guerra… un correlato que parece repetirse en el eterno círculo vicioso de las bizantinas acciones políticas.
A lo ocurrido en Bagua no hace mucho, podría sumarse ahora una nueva desgracia en la alegre y multicolor Cajamarca. Y es que, como lo sucedido en Cerro de Pasco y, en general, en el centro de país, donde la pobreza parece tener su bastión absoluto, en el norte del país, en nombre del desarrollo, se pretende destruir no sólo la única fuente de sobrevivencia de miles de campesinos, sino fundamentalmente someterlos a un estado de esclavitud eterna.
Las coincidencias entre lo narrado en La guerra… y lo que hoy ocurre en Celendín parece una imagen superpuesta en torno a otra exactamente igual. A la par de sus propios nictálopes, y las evidencias de los últimos días, se nota claramente la presencia de insomnes que se pasan las noches en vela esperando solamente el ataque brutal y final de las llamadas “fuerzas del orden”. Asimismo, incontables Garabombos a los que la prensa nunca ve o a los que transfigura en simples sediciosos; muchos Agapito Robles, quienes no temen en agitar sus ponchos al viento, en nombre de la alegría de un pueblo en el que la traición siempre fue una realidad y algunos Genaro Ledesma (ilustre cajamarquino) que, sin caer en las tentaciones extremistas de la violencia, siguen haciendo latir el corazón del auténtico Perú en el que se cumple aquel viejo adagio: Para pocos, todo; para todos, nada.
En contraparte, siguen existiendo los personajes que sobresalen de acuerdo a la necesidad de los que buscan el oro: el niño Remigio, idiota, poeta, y tremendamente enamorado de una muchacha se convierte de pronto, con la sola decisión del juez Montenegro, en el más atractivo galán de la provincia. Como el inefable Tongo, cuando ya no es útil, todos los defectos retornan a su cuerpo y, con toda la vergüenza del mundo encima, se decide por el absoluto autoexilio y el abandono de sus convicciones antisistema.
Resalta también el personaje que es el encargado de trasmutar la realidad hasta hacerla aceptable, a pesar de su enorme tara: Simón, el olvidadizo, el más famoso arquitecto de toda la provincia que siempre olvidaba algo al momento de planificar un edifico. Por su culpa, las familias almorzaban en el dormitorio o tenían que entrar a la sala trepando las paredes porque se le olvidó una puerta, una escalera, un techo… ¿Acaso simón, el olvidadizo, sería un digno representante de nuestro sistema legislativo hoy?
Doña Añada, es una vieja tejedora que en los ponchos que teje, teje también la historia futura, la misma que se va mostrando a quienes saben descifrarla. Los ponchos van reuniendo toda la historia de la comunidad: desde su génesis hasta su destrucción total. Es uno de los personajes que mejor ayudan a configurar el mito dentro de La guerra…
Y así podríamos seguir mencionando decenas de personajes que parecen estancados en el tiempo y que hacen su aparición cada día, siempre iguales y con la esencia de siempre.
En cuanto a los escenarios, pareciera ser que sólo se trasladan geográficamente. Rancas es un lugar en el que la minería deja su huella más inhumana: construye un cerco que engulle cerros, ríos, lagunas, caminos, puentes y esperanzas. Millones de hectáreas son expropiadas por “La cerro” y todo aquel que reclama es aniquilado, encarcelado o sometido a la vergüenza pública mediante las publicaciones en los medios más serios del país. Los Raúl Vargas, los Lúcar y las Delta de ese entonces no se cansan de alabar los beneficios que trae la minería, mientras los campesinos, analfabetos y quechuablantes se baten heroicamente tratando de salvar lo poco que pueden de un patrimonio que se escurre en tanto los socavones liberan más y más metal. Y, haciendo la comparsa, las autoridades les esquilman lo poco que les queda o cumplen con las órdenes impuestas por la minera, la misma que, en el fondo, es igual o peor que los terratenientes de la época y que también aprovechan la ocasión para volverse cada vez más ricos y dominantes.
Rancas es el lugar histórico donde Sucre lanzó la famosa arenga, instantes previos a la Batalla de Junín. Cajamarca es el sitio donde el cura Valverde gritó Santiago, segundos antes de la aniquilación del séquito de Atahualpa.
Pero, no se consigue nada si los campesinos son capaces de educarse. Una de las acciones para acabar con los revoltosos es privarlos de educación. Así, después de muertos, los aniquilados por las tropas de asalto, conversan en sus tumbas:
(…)
- Los hacendados quieren borrar a las comunidades. Han visto que “La Cerro” nos masacró a su gusto. Se exceden. ¿Se acuerdan de la Escuela 49357?
- ¿La escuela de Uchumarca?
Al día siguiente de la masacre, los Londoño mandaron clausurar la escuela. Sacaron a los niños, vaciaron el local, destecharon el tejado y metieron candados. Ya no es una escuela: es un chiquero.
- ¡Pero si esa escuela tenía un escudo mandado de Lima! -se asombró Rivera.
- ¡No hay niños, hay cerdos! Sucede lo mismo en toda la pampa. Sobramos en el mundo, hermanitos.
- Shssst -avisó Tufina-. Ahí vienen otros.
- ¿Quiénes serán?
- ¿Serán ranqueños?
- ¡Sabe Dios! –suspiró Fortunato.
Hoy, con más fuerza que nunca, la historia vuelve sobre sus pasos. Así lo demuestran los recientes acontecimientos en la tierra del Cumbe, donde la minera Yanacocha pretende desarrollar uno de los más grandes proyectos mineros del mundo. Nada parece detenerlos. Al menos esa es la perspectiva que se maneja desde las páginas adquiridas por la minera y desde las pantallas pagadas con el oro extraído y arrebatado a sus verdaderos dueños.
Cinco siglos después, nuestro oro sigue financiando nuestro exterminio. Casi dos siglos después de la arenga de Rancas, antes de lograr nuestra supuesta independencia, los ricos de otros lares todavía siguen mandando sobre nosotros.
Felizmente, como dijo el mismo Scorza, la literatura ha sido el primer territorio liberado de América Latina, lugar donde la única guerra que han ganado “las fuerzas del orden” ha sido y será siempre contra los pobres.
El propio Scorza, refiriéndose al estado de cosas en el Perú, había dicho en uno de los poemas de Las imprecaciones: Si yo llamara al padre / y al padre padre hasta el padre más antiguo / para que me mostrara la dicha,/ toda la felicidad que aquí sonó /cabría en un pañuelo. Y todavía apunta: A mí no me vengan con la patria espuma./ La patria hiede, desgraciadamente la patria vomita buitres./ ¡A mí no me digan "hay visitas"!/ ¿Hasta cuándo la patria / será el muro donde se orinan los gendarmes? / Ay, ¿hasta cuándo serás la ramera/ con la que sólo se acuestan los borrachos?
Pero así como se presenta un camino intrincado, también la esperanza deja sentir su más profunda esencia a través de Epístola a los poetas que vendrán, en la que leemos con inobjetable entusiasmo y a la que nos aunamos, para recordar a uno de los más grandes escritores que ha dado el Perú:
(…)
Matad la tristeza, poetas.Matemos a la tristeza con un palo.
No digáis el romance de los lirios.
Hay cosas más altas
que llorar amores perdidos:
el rumor de un pueblo que despierta
¡es más bello que el rocío!
El metal resplandeciente de su cólera
¡es más bello que la espuma!
Un Hombre Libre
¡es más puro que el diamante!
El poeta libertará el fuego
de su cárcel de ceniza.
El poeta encenderá la hoguera
donde se queme este mundo sombrío.
Releamos a Scorza para conocer el derecho y revés y la inevitable y triste rueda giratoria que, parafraseando al genial Gabo seguiría dando vueltas por toda la eternidad de no ser por el progresivo desgaste de su eje…